viernes, 19 de junio de 2009

Y habrá baldíos buenos y baldíos malos

Y un día pasó. Como por arte de magia ahí estaban. El barrio entero se acercó para verlos. Desde temprano se corrió la bola de que ya habían llegado aquellos a los que tanto esperaban.
Unos cuantos que volvían caminando desde el barcito de Juan Justiniano esquina Mariscal Giménez fueron los primeros en verlos. Cantaban alegremente (con algunas copas encima claro está) una canción que hacía días sonaba en las radios de aquel pequeño pueblo perdido en algún lugar de la inmensa orbe rural. En el momento que pasaron por ahí no lo podían creer. ¡Después de tanto esperar ahí estaban!

A eso de las 10 de la mañana cuando ya el calorcito de aquel día de diciembre se hacía notar, el pueblo ebullía de curiosidad. La gente del pueblo se agolpaba en la veredas para verlos a ellos, trayendo una realidad que les era ajena. Unos gritaban de alegría, otros hacían denotar su enojo para con estos citadinos emitiendo improperios que no vale la pena recordar. Algunos se limitaban a decir "mire usté estos por acá" y a guardarse su verdadera opinión. Oportunistas vendían tortafritas, bizcochos, yerba y agua para el mate. Es que en el apuro por llegar a tan esperado espectáculo ni el concejal Menéndez había podido salir con termo, yerba, bombilla y agua caliente, todo en su debida ubicación.

Y ahí estaban. Callados. Quietos. Como si no les importara la presencia de los lugareños. Como las naves de Karellen. Pacientes, melancólicos y sucios.
-(no lo voy a decir no lo voy a decir ¿por qué? te lo digo yo, ¿quién es? Violeta).

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